Historia de León

7.8.05

3.6.- Alfonso V: Las Relaciones con Al-Andalus

Con la muerte de Vermudo II se cierra un amargo capítulo de luchas e intrigas, de guerra civil entre los descendientes de Ramiro II. Ese año, definitivamente, los Beni Gómez vuelven a la obediencia real, aunque por breve tiempo, si bien forman parte de la alianza cristiana que, en Cervera, está a punto de costarle una afrentosa derrota al hayib de Córdoba pero que concluye con su inesperada victoria (1000).

Tan sólo la desaparición de Almanzor (1002) devuelve lentamente la paz a León sacudido, a lo largo de la segunda mitad del siglo X, por conjuras, revueltas, bandos y partidos nobiliarios que únicamente buscan sus propios intereses personales y, para ello, se sirven de la monarquía, episodios todos ellos que ponen de manifiesto la gran inestabilidad del sistema, la extraordinaria fragmentación del poder público, la escasa autoridad del monarca reinante, la permanente injerencia de Córdoba en los asuntos internos del territorio cristiano. Una dinámica difícil de detener y a la que hará frente, con singular eficacia, Alfonso V, un rey-niño que bajo la regencia de su madre, la castellana Elvira García, y de su ayo, el conde gallego Menendo González, trata de superar la herida abierta en León por las luchas nobiliarias y lo ataques amiríes.

Fruto de las dificultades internas será la lucha por hacerse con la tutela del príncipe que motivará un arbitraje del heredero de Almanzor, Abd al-Malik, y que constituirá el inicio de una serie de confrontaciones abiertas con el conde de Castilla, tío del monarca estudiadas por José María Fernández del Pozo (1984).
Durante esos primeros momentos de gobierno del soberano, el hasta entonces todopoderoso califato de Córdoba comienza a tambalearse. La muerte de Abd al-Malik en circunstancias sospechosas para su juventud, la sucesión en el waliato de su hermano Abd al-Rahman Sanchuelo y la división interna entre las distintas facciones omeyas conducirán a la guerra civil en al-Andalus, momento de debilidad en el que, por vez primera, será el reino leonés el fiel de la balanza política.
En 1008 parte de los estados Beni Gómez un poderoso contingente militar que apoya la causa de Sanchuelo por cuyas venas no sólo corre la sangre amirí sino, también, la real navarra lo que le convierte en cercano pariente de Alfonso V y de los principales señores cristianos del norte (vid. esquema genealógico) que quizás fruto de un golpe de estado se alzaron con el gobierno de facto en León en 1005: la estirpe condal de Saldaña.
El asesinato del hijo de Almanzor y de Sancho Gómez y la desesperada petición de ayuda por parte de uno de los dos bandos musulmanes en lucha llevará al jefe del linaje Beni Gómez, García Gómez, a encabezar una columna de apoyo que, desde Medinaceli, atacará los arrabales de Córdoba, encuentro del que nos conservan las crónicas una viva descripción recogida por Felipe Maillo (1992):
“Cayeron unos sobre otros y la gente toda fue derrotada. Wadih huyó al punto hacia la frontera sin hacer alto para nada. Descargaron los beréberes las espadas sobre los cordobeses y mataron una gran multitud de ellos. Se ahogaron muchos de ellos en el río y perecieron todos, al caer unos sobre otros. Entraron los beréberes en los arrabales de Córdoba y pernoctó la gente sobre las terrazas de sus casas con miedo y terror”.

El partido que contaba con el apoyo leonés consiguió controlar la situación en la capital del califato. Sin embargo el prestigio atesorado durante generaciones por los musulmanes españoles sufrió un duro golpe ante esta intromisión cristiana. Este nuevo cambio de actitud de los hombres del norte frente a la comunidad andalusí hasta entonces hegemónica en la península queda reflejada en las duras palabras que les dirige el conde de Saldaña, García Gómez, a los ismaelitas tras su victoria, siempre según la misma fuente citada:

“Creíamos que la religión, la valentía y la equidad eran (patrimonio) de los cordobeses, pero he aquí que les cupo lo que les cupo, de triunfo y victoria, por mérito de sus reyes. Pero, cuando (éstos) desaparecieron, se descubrió su (verdadera) condición”.

Las intromisiones cristianas en la crisis abierta en el Califato continuaron hasta la muerte de los condes de Castilla y Saldaña, sin duda los principales magnates del reino de León, cuya presencia documental se atestigua hasta 1017. La muerte de ambos permitió al joven Alfonso V, que contaba con el apoyo de algunos de los más significativos linajes leoneses y gallegos, establecer las nuevas bases jurídicas del estado.

Durante el reinado de Alfonso V se producen nuevos ataques normandos a las tierras leonesas, el último de ellos en 1015-1016, se adentra por el cauce del Duero. Durante nueve meses las espadas de los hombres del norte marcan con sangre su camino de muerte, esclavitud y destrucción hasta que, definitivamente, son expulsados por el rey.
La desaparición de los revoltosos condes de Sancho de Castilla y García de Saldaña supuso, además, el relevo en el primero de estos territorios de un magnate forjado en el turbulento entramado cortesano por un muchacho de corta edad, García Sánchez, cuya hermana, Muniadomna compartirá el trono de Navarra con Sancho III Garcés. Por lo que respecta a las tierras entre el Cea y el Pisuerga, los estados Beni Gómez, en definitiva, la falta de descendencia masculina legítima del señor de Saldaña y Santa María de Carrión llevó a una sucesión lateral: su hermano Munio Gómez. En la década de los años veinte del s. XI este conde Beni Gómez fallece en fecha similar a la que, según las fuentes, es asesinado en León el llamado infante García de Castilla cuya muerte parece más un fruto de una elaborada línea política navarra –donde reina su cuñado Sancho III- que busca la expansión a costa del condado oriental leonés y de las tierras Cea-Pisuerga ambas vinculadas a la estirpe de la mujer del señor de Pamplona (véase esquema genealógico).
Ese año, 1017, se promulga el Fuero de León (*véase el capítulo dedicado a las instituciones) que sanciona el así llamado feudalismo leonés por José María Mínguez (1991).
Contando con este instrumento de control legislativo el monarca trata de recuperar la perdida potestas regia tan dañada durante la segunda mitad del siglo X cuando las banderías nobiliarias desgarraron el estado.
Una marcada tendencia anticastellana junto a su política de control nobiliario sancionarán los años finales de Alfonso V, que encuentra su fin en el cerco de Viseo (1028), noticia recogida en las crónicas cristianas de esta manera:
“hacía mucho calor y él (Alfonso) estuvo reccoriendo a caballo frente a las murallas, vestido sólo con una camisa de lino, por lo cual pudo ser herido por un hábil arquero enemigo (que disparó) desde una torre, de cuya herida murió. Dejó por hijos a Bermudo y a Sancha, que era doncella. Creemos que su espíritu haya ido a Dios”.